El diccionario define ‘reputación’ de la siguiente manera: ‘con respecto a una persona, juicio que tiene la gente en general sobre su moralidad’. Y en términos generales, es un concepto que suele ir acompañado de algún adjetivo: ‘buena, mala, excelente, pésima reputación’. 

La reputación siempre ha estado unida al desempeño individual, sin embargo, en el contexto empresarial, la reputación corporativa adquiere un nuevo significado entrando a valorar, de forma generalizada, el correcto funcionamiento ético y técnico de cada uno de los departamentos de una organización. Esto incluye vertientes de la empresa, tal y como afirma Miguel Ángel Alcalá, como las políticas de medioambiente, de selección, formación e integración del personal, de ascenso, retributivas, de despidos, la calidad del producto, los precios y un elemento final sin el que todo lo anterior no tendría sentido: la comunicación. A día de hoy, sin campañas publicitarias o de comunicación institucional que cuenten a la sociedad y al propio equipo de trabajo de la organización que esta existe, tiene una función y trabaja en una serie de objetivos, hacerlo prácticamente no tendría sentido en términos de reputación corporativa. Nadie sabría qué se está haciendo bien ni qué metas se están alcanzando, y por tanto, el crecer e incluso sobrevivir en el mercado sería, en la práctica, casi imposible. Es en este contexto en el que comunicar se convierte en un imprescindible, y en definitiva, herramientas comunicativas como las redes sociales, las páginas webs, los blogs, los medios de comunicación o las newsletter, entre otras, pasan a ser fundamentales en el día a día de las empresas. 

¿No comunicas lo que estás haciendo? Nadie sabrá que existes.